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01.03.2007

Reality hacking ¿quién teme a los códigos de realidad?

El objetivo de esta acción no era sólo denunciar el uso y abuso de la imagen de la mujer como recurso publicitario, algo que sólo hubiese interesado a quienes ya gozan de una conciencia de género bien arraigada. Su propósito era más sutil y consistía en atraer al espectador, ganarse su confianza para, después, sorprenderle con un mensaje que no estaba preparado para recibir. “They make women´s rights look good. Really good” era el subtítulo.

La táctica activista del primero un guiño y después un codazo, como la utilizada por las Guerrilla Girls, es una forma de reality hacking que apuesta por la apertura y la reescritura subversiva de los códigos de realidad de toda índole: mediáticos, tecnológicos, sexuales, arquitectónicos, lingüisticos, políticos, económicos, sociales o afectivos. Inspirado por movimientos artísticos como Fluxus, el situacionismo y, en general, el discurso de la interacción entre el arte y la vida, el reality hacking pronto empezó a ser utilizado con propósitos de agitación directa, pasando del artivismo digital y la desobediencia civil electrónica a las protestas populares contra el FMI, el Banco Mundial y el tráfico global de mercancías, servicios y capitales. El hacker de realidad, al igual que el informático, conoce bien los sistemas y los interviene, dándoles un sentido y una utilidad radicalmente nuevos. Como estrategia de agitación, el reality hacking no se sitúa ni en la denuncia utopista ni en la confrontación directa. Es, más bien, un método para pensar el entorno y actuar sobre las relaciones semióticas y fácticas en las que se apoya.

También el colectivo activista The Yes Men hackea los códigos de realidad cuando sus miembros se hacen pasar por representantes de la OMC (Organización Mundial de Comercio) y acuden a conferencias internacionales en su nombre. En una de ellas, dedicada a la producción textil internacional, exponen con absoluta serenidad la hipótesis de que, de haberse dejado la esclavitud en manos del libre comercio, ésta se hubiese convertido "naturalmente y sin necesidad de intervención estatal" en un medio de contratación legal de los trabajadores del tercer mundo, avalado por el GATT. Al finalizar la conferencia, el Yes Man se desprende de su traje y exhibe un mono de licra coronado por un enorme pene y una pantalla: es la nueva propuesta de la OMC para controlar a los trabajadores de la industria textil en el mundo. El acto culmina con muchos aplausos, cocktail de agradecimiento y, al día siguiente, foto a color en el periódico local.

Si adaptamos la definición que propone el diccionario Jargon File, reality hacker sería entonces todo aquél que “disfruta del reto de superar creativamente las limitaciones que le rodean”, subvirtiendo los códigos que constriñen nuestro interfaz tanto en el ámbito público -el del consumo, la socialización o la acción política- como en el ámbito privado -el de los procesos de reflexión, seducción, admiración o afecto. Y, mientras que el primero es objeto de múltiples intervenciones con vocación política o artística, las experiencias de intervención subversiva del segundo, el de lo íntimo y lo personal, continúan siendo anecdóticas, casi exclusivamente relegadas a las formas de activismo queer. Desde el famoso lo personal es político hasta las teorías ciber y post-feministas de la década de los noventa (con las limitaciones inherentes a todo tipo de etiquetas), el pensamiento de género se ha preocupado por explorar los límites entre lo real y su discurso, proponiendo apropiaciones inéditas y socialmente abiertas -horizontales y participativas- de los códigos de identidad más arraigados, como las categorías hombre/mujer, humano/máquina o naturaleza/cultura. Cuando Donna Haraway afirma: “A finales del siglo XX -nuestra era, un tiempo mítico-, todos somos quimeras, híbridos teorizados y fabricados de máquina y organismo; en unas palabras, somos cyborgs” propone una celebración creativa de estas confusiones y apela a nuestra responsabilidad y nuestro placer para construir otras distintas. Audaces, originales y de nueva planta. Y no sólo en la esfera de los discursos del género sino también en las relaciones -últimas pero igualmente políticas- que establecemos con los demás agentes del entorno, ya sean de carácter humano o tecnológico.

Un ejemplo. En un texto escrito para Netlach, Laurence Russel ironizaba sobre la utilidad de una aplicación como el Open Office que sugiere al usuario el estilo más correcto de redactar un texto. Parece que está escribiendo una carta es una manera amable pero autoritaria de orientar la conducta que asume que todo aquél que se separa del formato establecido está, seguramente, cometiendo un error. Es decir que, pese a ser una herramienta de software libre, el Open Office parte del convencimiento de que existen estilos correctos y otros que no lo son y actúa como agente autorizado para decidirlo. Por defecto, se impone al usuario y configura su subjetividad, su estar ante la máquina, orientándolo hacia códigos de realidad de corte verticalista. El sistema cultural en que se apoya dista mucho, por tanto, de la actitud hacker de la que supuestamente se inspira y, ante la duda, opta por la llamada al órden, replicando modos de experiencia propios del viejo paradigma, como la autoridad, la racionalidad y la separación entre quien habla y quien escucha, entre quien escribe y quien lee lo que otros han escrito, entre quien programa la aplicación y quien la utiliza. La mayoría de nosotros no recurre al software libre para destripar el código sino en busca de herramientas que nos permitan ser agentes activos en la determinación de nuestro entorno tecnológico. Pero, como en el caso del Open Office, esto es algo que, por desgracia, no suele ocurrir. También las aplicaciones de código abierto, aunque gocen del beneplácito de un gurú como Richard Stallman, nos imponen la actitud de consumidores pasivos de mitos, innovaciones y categorías de realidad que ordenan nuestro espacio de interacción personal con la máquina.

Las preguntas que sugiere el reality hacking aplicado a la esfera de lo personal son las siguientes. ¿Hasta dónde estamos dispuestos a llegar en la desactivación de los mecanismos de autoridad, órden y referencia? ¿Y hasta qué punto es viable -y creíble- un proyecto colectivo de emancipación tecno-social si los códigos de realidad de nuestros sistemas operativos internos continúan siendo los mismos? El método que se propone desde el reality hacking no es el de buscar respuestas a estas preguntas y asumirlas como válidas sino el de elaborar un mito: “una historia de origen inidentificable relatada una y otra vez con distintas variaciones que niega la primacía de una historia identificada como única verdad”. Lo que no significa mitificar el reality hacking o teorizarlo como un concepto intelectual más, sino construirlo desde la praxis, la insolencia y el desafío sistemáico de todos los códigos, desarrollando colectivamente un discurso permeable, en permanente cuestionamiento y retro-alimentación, en el que no existan categorías legítimas ni sujetos autorizados.

María Pérez. De formación jurista y economista pero dedicada de lleno a la producción cultural. Directora del encuentro de cibercultura Netlach en Bilbao y coordinadora de las jornadas sobre ciberfeminismo Enredades en Barcelona. Doctorando en Derecho de la Cultura con un proyecto de investigación sobre políticas culturales adaptadas a la creación digital. Es también autora del blog “Ptqk“.

Palabras clave: cibercultura, reality hacking, media-activismo, software libre, comunidades virtuales, robótica, artivismo, ciberfeminismo, weblog

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