Raz Mesinai, a través de una flauta, un piano de cola, una pandereta oriental y varios distorsionadores electrónicos, fue capaz en apenas de una hora de hacernos sentir al mismo tiempo en una tetería su tierra natal en Jerusalén, que en una sala de diseño de New York, con sonidos que iban de escorpiones a tubos de escape, de sueños lejanos a realidades concretas. El vídeo es un extracto de la sonata final, con piano.