Consideraciones sobre la tele-depredación

Un texto de Jorge Luis Marzo

Hace algún tiempo, tras ver de nuevo la película Predator (Depredador) y fantasear acerca de los dispositivos que el alien llevaba encima para así sobrevivir en un entorno extraño y hostil –y que tantos problemas causara a Arnold-, entré en Internet en busca de primeros planos de la bestia para un artículo sobre prótesis que tenía en mente. Mientras perseguía esas imágenes en un buscador, me topé con una web militar que hacía referencia a un aparato de vigilancia sin piloto que el ejército de los EEUU había desarrollado y cuyo nombre también era Predator. El avión enviaba imágenes en tiempo real de todo aquello que veía y desde allá donde se encontrara. De repente, todas esas alegorías que me habían crecido en la cabeza respecto del alien, se me aparecían como hechos reales. Mis interpretaciones de los ingenios electrónicos del alien como un juego de ventriloquías, en el que los aparatos respondían en realidad a unas transferencias de representación e interfaz -prótesis-, cobraban forma en un modelo real, aplicado y con usos específicamente establecidos.

Tras visitar aquella web militar y extender la búsqueda en más profundidad a través de otros links de similar carácter, me encontré con el comentario de algunos oficiales norteamericanos asignados al programa Predator respecto a las condiciones psicológicas que el manejo de ese avión comportaba. Un oficial decía que los “pilotos pueden tranquilamente echarse hacia atrás en sus sillas como si estuvieran viendo la final de fútbol en la pantalla”. Un Mayor llamado Schiffer señalaba: “Es muy interesante subir allí arriba y observar a alguien durante 8 o 9 horas in situ y ver cómo situaciones enteras se desenvuelven de principio a fin.” Y añadía: “En el Predator tú miras a través de una cámara en el morro, que no es más que una pantalla de televisión, como si jugaras a un videojuego”. Schiffer había pilotado bombarderos B-52 durante 12 años antes de unirse al programa Predator. Por último, otro piloto apuntaba: “La parte positiva es que nunca te alejas, porque nunca hay heridas para el piloto. La ventaja más grande es que podemos ser más agresivos en situación de combate sin tener que arriesgar la vida”.1

Vayamos por partes. ¿Qué es el Predator? Se trata de un aparato aéreo militar no tripulado diseñado para la vigilancia y las misiones de reconocimiento y de establecimiento de objetivos. Este avión distribuye en tiempo real (con un retraso máximo de 2 segundos) imágenes de “radar de apertura sintética” –para ver más allá de humo, nubes o niebla-, de video y de registro infrarrojo que pueden ser recibidas tanto por soldado en primera línea de frente como por el comandante de la operación, el Estado Mayor o el Pentágono. Sus vías de transmisión son mediante satélite y/o transmisión directa y cada aparato requiere un equipo de 13 técnicos. Su coste es de 7.800 millones de pesetas.

Fue fabricado por primera vez en 1994. En 1998, la Fuerza Aérea de los EEUU, disponía de 60 unidades. En varias operaciones militares con carácter humanitario durante la década de los 90 y durante la guerra de Kosovo, todas las unidades estuvieron operativas.

Más allá de la correlación que facilmente se establece entre los comentarios de los soldados y una cultura del simulacro interactivo procedente de los videojuegos (al fin y al cabo el mismísimo Ronald Reagan dijo que los videojuegos también son un excelente terreno de entrenamiento militar para hacer de la población futuros soldados), lo que sorprende es la actitud psicológica en un tiempo y frente a unas máquinas que desdibujan profundamente nuestras ideas acerca de la realidad, de su “fisicidad” y denuestra capacidad de incidir en ella.

Ha sido en el terreno militar en donde los parámetros sobre la mirada y nuestras acciones sobre aquello que vemos han adoptado un discurso estratégico, que a la postre ha influido enormemente en la cultura perceptiva de nuestra cultura occidental. Las necesidades militares de información, vigilancia, secretismo y camuflaje han conducido, desde la aplicación del telégrafo con fines bélicos por parte de Napoleón hasta las tecnologías actuales, a nuevas percepciones sobre lo que en su momento estableciera Galileo con su telescopio. Galileo destapa la caja de pandora al abrir un agujero en el que mirar a lugares muy lejanos. Con la invención del telescopio, se replantea toda la idea sobre la velocidad 2. Más que eso; con el telescopio se hacía patente que para establecer la más mínima noción empírica de velocidad era necesaria la “máquina”; artefactos que fueran capaces de deducir la distancia, de conquistar el espacio. Con el telescopio, el hombre podía detectar astros a años luz de la tierra; los podía ver pero no los podía tocar. Toda la ciencia pasó a fundamentarse en la idea de predicción; análisis que pudieran demostrar cosas que eran intangibles, que estaban muy lejos pero que podíamos observar con nitidez en el cristal de la máquina frente a nuestro ojo. Observar los astros supuso calcular el tiempo que la luz tardaba en llegar a la tierra, a fin de fijar la fecha real de los planetas en el momento de su observación. Nacía la ciencia-predicción. Una ciencia producto de la necesidad de predecir: la anticipación (el descubrimiento) de hechos que existen, y cuya probabilidad y existencia está corroborada. Los ordenadores, sin ir más lejos, son lo que son porque se originaron en contextos, como los militares, en los que la predicción 3 y la gestión de la respuesta es fundamental: el cálculo balístico 4, los escenarios de estrategia que requieren cómputos enormes con montones de variables y la nueva relación del hombre militar con la máquina (en tanques, aviones y submarinos), en tanto que éste se hace parte integrante de lo mecánico. No es casualidad que el término vigilancia fuera empleado por primera vez por el neurólogo Henry Read para describir el estado del sistema nervioso conducente a respuestas rápidas y adecuadas y que posteriormente fuera adoptado por Mackworth, el psicólogo de Cambridge, en sus estudios de guerra sobre la monitorización visual y auditiva, quien lo definió como “un estado de buena disposición para detectar y responder a pequeños cambios determinados que ocurren a intervalos aleatorios en el entorno” 5. Es decir, la vigilancia es un determinado estado de atención, acorde con una estrategia previamente definida.

Las reglas de esa ciencia-predicción las encontramos hoy por doquier: en las estrategias de inversión en bolsa, en las decisiones a tomar por un jugador frente a la cónsola de un video-juego, en la realidad virtual 6 o en las videotransmisiones en tiempo real de las imágenes de un enemigo a miles de kilómetros de distancia. La ciencia, al mostrarnos que hay cosas posibles, demostrables en el cristal de la mirilla o de la pantalla, situadas en el futuro, a distancias enormes pero captables, rompe de cuajo los modelos clásicos de la realidad y de la ficción, para comprometerlo todo en un estado de probabilidades y simulación, de tests de realidad respecto de lo que se vé al final del telescopio, de la misma forma que el telescopio “databa” la edad de los astros, los emplazaba en una estrategia unidimensional, los insertaba en el tiempo del observador, bajo una férrea dictadura. Esas probabilidades ciertamente acaban afectando a nuestro propio presente, puesto que en el entramado de poder legislamos la realidad con los ojos puestos en eso que está lejos y que intentamos abarcar con un ánimo puramente estratégico: “No me interesa lo que veo en la pantalla por sí mismo, sino por lo que de predicción ello puede contener en vista a posibles acciones que puedo llegar a tomar”. Se trata de incorporar lo otro en el tiempo del que mira y destruir la autonomía del tiempo ajeno. Una proyección que invariablemente viene establecida institucionalmente (mediante la gestión de la tecnología) y que legitima los propios mecanismos científicos por su capacidad de predicción y de registro.

Los mecanismos audiovisuales que tenemos son fundamentalmente registradores 7 de distancias, de evidencias de nuestra capacidad de conquista de espacios y tiempos.

Los esfuerzos por dotar a aparatos voladores sin piloto tanto de sistemas de guiado fiables como de ingenios de grabación y registro nacen fundamentalmente en la Segunda Guerra Mundial. Ernst Jünger señalaba en 1934: “Ya hoy existen armas de fuego acopladas a células ópticas e incluso máquinas ofensivas volantes y flotantes provistas de pilotos ópticos” 8. La radio-conducción, esto es, la manera en que se guía el avión desde tierra, tuvo escasas aplicaciones durante la Segunda Guerra Mundial porque “no se puede radio-dirigir lo que no se ve, y sobre algo que tampoco se distingue” 9, como señalaban militares del momento. “No es solamente el proyectil volante el que se hace invisible a causa de la distancia, sino que tampoco puede verse el objetivo”. Para solucionar este problema de control, a principios de 1940, la Office of Scientific Research and Development (OSRD), de los Estados Unidos, encargó a un grupo de técnicos especializados en televisión el estudio del problema de la instalación de minúsculas estaciones emisoras de televisión a bordo de grandes proyectiles. Los primeros resultados aparecieron algunos meses después del final de la guerra. Una de las dificultades era la poca sensibilidad de los aparatos para la toma de vistas televisivas. La transmisión de una escena por tal medio requería el uso de grandes proyectores de mercurio, refrigerados por circulación de agua, ya que era muy elevada la intensidad de iluminación necesaria. Los encuentros deportivos no era nunca transmitidos por televisión porque, aunque se desarrollasen en plena iluminación solar, supotencia de luz no era suficiente. Era necesario, pues, un nuevo tipo de aparato para la toma de vistas televisivas, capaz de funcionar aún en casos de precarias condiciones de luz, con el cielo cubierto o solamente con iluminación lunar.

Descartado el antiguo “ojo televisor”, que entonces se llamaba iconoscopio, se ideó uno completamente nuevo, llamado imagen de orthicón, de grandísima sensibilidad. Mientras que con el iconoscopio eran necesarios los potentísimos proyectores de mercurio, con el nuevo orthicón bastasta una cerilla encendida.

Este invento sería a la postre de decisiva importancia para toda la técnica televisiva posterior 10. Según directivos de la RCA, empresa que patentó el dispositivo, “el que conduce el avión no tripulado es como si tuviera un ojo en la proa del mismo. A medida que el proyectil avanza en su carrera, la localidad en que se encuentra el objetivo va apareciendo cada vez más clara sobre la pantalla. Finalmente resulta visible el objetivo mismo, que se agranda cada vez más en la pantalla hasta la explosión del proyectil y el momento final de la transmisión.” 11. Así, la primera bomba de aeroplano radio-dirigida, y con emisora de televisión de la RCA, fue construida en los EEUU por la Douglas Aircraft Company y se llamaba Rockbird”12.

Será durante los años 50, que las investigaciones sobre videotransmisión y radio-guiado cobrarán una enorme importancia, dada el entorno estratégico que comportaba la guerra fria. Algunas de las visiones que en aquel momentose articulaban en las mentes calenturientas de militares y científicos, no iban muy descaminadas respecto a lo que vendría 40 años después. El Dr. O. M. Solandt, presidente de la Comisión canadiense para las Investigaciones de Defensa, decía en 1955: “Los hombres-máquina podrían ser equipados conaparatos para tomar vistas desde lejos y para ver también en la oscuridad o a través de la niebla con ayuda de rayos infrarrojos. Registrarían las más mínimas impresiones de sonido, luz y olfato, las transmitirían por radio e incluso tendrían memoria y dispondrían de capacidad de enjuiciamiento. Se
caracterizarían especialmente porque incluso en el fuego más intenso conservarían ‘la cabeza fría y los nervios templados’.”13

Toda la tecnología aplicada a la tele-visión, nace en realidad de la constatación del límite humano frente a la velocidad. De la misma manera que Coyote se equipaba de aparatos ACME para ponerse al diapasón de un mundo (iconizado en el Correcaminos) infinitamente más rápido que él, los hombres se volcaron en la consecución de un sistema protésico que facilitara la adecuación a un medio hostil como es el de la velocidad. Investigaciones efectuadas durante los años 50, demostraron que el hombre empieza a cometer errores al alcanzar una velocidad igual al doble de la del sonido, o sea, alrededor de los 2.600 km/h. A esa velocidad, se presenta una alteración de la circulación cerebral relacionada con las condiciones de la presión atmosférica14. Es decir, se constataba una deficiencia humana, que debía ser “corregida”, reforzando así la peliaguda idea propuesta por Lewis Mumford y Jacques Ellul respecto a que la máquina actúa en el siglo XX como sancionadora social de la inadaptación o ineficiencia de la sociedades humanas15. J. K. Kindelberger, jefe de la North America Aviation Company, comentaba en 1956: “Ya no se pueden construir aviones que vuelen aún más rápido que los ya existentes, puesto que no se puede colocar un hombre en un mecanismo el cual ya no puede gobernar” 16. La constatación del límite biológico frente a la realidad de la velocidad, llevaría en buena medida a la elaboración directa de discursos sobre tele-visión, simbolizados en la imagen del avión no pilotado como mejor manera para superar el problema de la inadaptación humana y seguir manteniendo políticas de observación y estrategia.

La televigilancia y el telemando son respuestas de una visión estratégica y correctiva que también tiene efectos muy profundos en la manera en quejuzgamos nuestra relación moral con lo que vemos. Miremos a esos soldados que frente a la consola en tierra dirimen sus propios miedos y sus propias comprensiones del mundo, mientras pilotan aviones de guerra más allá de “su propio mundo”, en el terreno del enemigo, en donde, por lo que parece, la realidad se resiste a ser fagocitada. La realidad del enemigo no debe existir por sí misma, sino en función de lo que se pretende de ella. Todo se convierte en objeto propio (el yo y el otro): “Introspección y conductismo tienen el mismo trasfondo metafísico: reducción del yo a objeto, cuya manifestación más radical sería su transformación en prótesis adherida en forma de cámara fotográfica o célula fotoeléctrica a los artefactos industriales y militares” 17, ha señalado Enrique Ocaña. Ese objeto no está sujeto a un valor por sí mismo, sino que tiene una condición estratégica. Paul Virilio ha escrito que con la teleinformación hay una “pérdida de la orientación en lo que se refiere a la alteridad (el otro); una perturbación en la relación con el otro y con el mundo” 18. Georg Knapp, citando a Ernst Jünger, apuntaba: “La visión telescópica, la mirada aguda más allá de una distancia grande, descubre al objeto en su corporalidad carente de valores.

El objeto contemplado está ahí con contornos precisos, pero desprendido de toda valoración, en una especie de espacio elemental. Jünger decía que en una distancia tan grande la diversidad de los fines se funde. La participación del observador se vuelve de algún modo más fría y más ardiente a la vez, pero en todo caso diferente de la relación que el individuo posee allí abajo en tanto que parte del todo”19. Michel Ignatieff ha descrito lúcidamente esta nueva situación moral de un soldado que trabaja en la distancia: “La tecnología moderna ha ampliado la distancia moral y geográfica que separa al soldado de su enemigo: ¿qué sentido del honor puede vincular al técnico que lanza un misil a grandes distancias de su impacto?“20. Debido a que la máquina no devuelve la mirada humana, según arguyó Walter Benjamin 21, la actitud del soldado frente a esa realidad otra que aparece en la pantalla se define por la indiferencia que produce el anonimato: el del objetivo y el del mismo técnico que vigila: “¿Qué rostros nos miran desde la ‘tierra de nadie’? ¿se puede decir que las bocas de los cañones o ametralladoras nos corresponden con un guiño? ¿qué aura irradian esas ‘armas de fuego acopladas a células ópticas’ o esas ‘máquinas
ofensivas volantes y flotantes provistas de pilotos ópticos’? ¿cual es el rostro de ese ‘ojo insensible e invulnerable’, de ese ‘ojo artificial’ que vence la resistencia de la materia, que vigila más allá del bien y del mal? ¿qué faz puede reclamar el soldado anónimo?”.22

Las cámaras montadas sobre misiles inteligentes, por las que vemos en directo como éstos se dirigen al objetivo, ya no nos enseñan la guerra sino nuestra capacidad de estar justo en medio de la misma, como exploradores en el corazón de las tinieblas, pero protegidos por la reversibilidad que ofrece la virtualidad. Las cámaras nos muestran nuestra voluntad de igualar la velocidad con que todo ello se produce. Ya no se trata de que el mísil vaya al objetivo, sino que somos nosotros quienes constatamos el hecho: todos y a la vez. Es de verdad. Y la imagen procedente de la cámara también. Pero en ese entorno de representación virtual, la reversibilidad sólo ocurre en una dirección. Sólo los que disparan pueden anular la trayectoria, como también nosotros podemos dejar de mirar. Legitimamos lo que vemos en el visor, porque sabemos que muchas veces –todas las veces en el caso de los escenarios militares- la muerte del “otro” es un fenómeno real… la realidad. Una realidad paralela a la nuestra, pero a la vez creada por nosotros; porque lo importante de la imagen no es lo que ocurre en un poblacho de Yugoslavia o de Irak, sino que nuestro misil va directo a visitarlos. Esa es la notícia. Ese misil no existiría en nuestras conciencias si no hubiera montada una cámara sobre ella. 23

La tele-visión y la tele-destrucción contemporáneas ofrecen la constatación de que armas y cámaras pertenecen a una misma naturaleza: “Armas y cámaras ‘son instrumentos de la conciencia técnica’; la intensidad de la mecanización provoca que armas y cámaras sean cada vez ‘más móviles y de total eficacia a distancias crecientes’. Armas y cámaras son instrumentos de ‘especial exactitud’, lo que no exime a ambas de ser progresivamente ‘abstractas’, como muestra la fotografía aérea o la aparición de los gases venenosos que cubren vastos espacios, la aviación militar que vaciando éstos los reduce a su esquema geométrico, o el desarrollo de la artillería que al hacer indistinto el terreno, lo barre, lo remueve, lo unifica paisajisticamente. Por fin, armas y cámaras se las empuña en los mismos espacios y circunstancias de combate, pues ‘junto a las bocas de los fusiles y cañones estaban lentes ópticas dirigidas día tras día al campo de batalla’”. 24

El exterminio y la observación se dan la mano; la imagen del misil teledirigido es clara, pero también las imágenes documentales de tribus o de animales en extinción. La observación de la desaparición ya no se impone únicamente sobre el objetivo a destruir o que está siendo aniquilado sino también sobre nuestra propia visión, sobre el mecanismo de visión que también se destruye. Se registra lo que va a desaparecer, incluso la desaparición de la propia máquina que nos concede esa visión. El mero hecho de que veamos desaparecer nuestro ojo (electrónico) en el momento del impacto crea una suerte de visión “bucle”; una y otra vez el técnico en la consola observa las mismas imágenes: se aplica un patrón definido sobre realidades distintas que acaban desapareciendo en el anonimato y la indiferencia de una repetición formidable. Las realidades se hacen una, porque el sistema de visión produce entornos exactamente idénticos en el interfaz de las pantallas. El carácter “idéntico” de los mecanismos de la tele-visión lleva a que se perciba la realidad del mundo a través de rutinas, por lo que los “pilotos pueden tranquilamente echarse hacia atrás en sus sillas como si estuvieran viendo la final de fútbol en la pantalla”. Una realidad sujeta a la dictadura de la predicción y la velocidad se percibe en forma de videoclip, con un tiempo previsto de emisión y con una
fecha de caducidad perfectamente visible en los time codes que corren vertiginosos sobre la pantalla. Nos decía un oficial lo interesante que era “subir allí arriba y observar a alguien durante 8 o 9 horas in situ y ver cómo situaciones enteras se desenvuelven de principio a fin”. El principio y el fin están marcados exactamente dentro de ese periodo de tiempo. Fuera de ese límite de tiempo fijado por los órganos estratégicos de la tele-visión, sólo está la nada.

Pero es justamente en esa nada en donde la supervivencia de los otros es posible: en los intervalos de desconexión; en los momentos en que la
indiferencia de la máquina deja de filmarte.

Notas

1 Las fuentes consultadas sobre el avión Predator son:
http:// www.airforce-technology.com/projects/predator
http:// www2.acc.af.mil/library/factsheets/predator.html
http:// www.af.mil/news/Sep1996/n19960905_960887.html
http://www.af.mil/photos/Sep1996/960887b.jpg
http://www.geocities.com/Area51/Dreamworld/8300/pic03.html
http://peoiews.monmouth.army.mil/aps/tesar.htm

2 Sobre la relación entre aparatos ópticos, ciencia y velocidad, ver Jorge Luis Marzo, Velocidad, ciencia y ficción, conferencia en el simposio “SciFi: entre lo científico y lo fantástico”, Festival Periferias, Huesca, 28-10-00. En proceso de publicación. Pre-publicado en www.soymenos.com

3 Respecto a la predicción y a los sistemas de “seguimiento” teledirigido, ver Jordan Crandall, “Anything That Moves: Armed Vision”, Ctheory, Vol. 22, No. 1-2, Toronto, 15-6-99. Traducido en www.videoscopia.com

4 “Resulta sorprendente que la semejanza entre las tareas encomendadas a una batería antiaérea autodirigida y un cazador que, con un fusil, sigue el vuelo de un pato. La cibernética intenta sacar aquí determinadas conclusiones entre uno y otro proceso.

Ambos procesos deben ser ejecutados a la máxima velocidad posible, puesto que tanto el pato como el avión pueden cambiar su curso. A esta exigencia sirve, en el organismo humano, el sistema ojo-cerebro-músculo, y, en el cañón antiaéreo, un mecanismo automáticamente dirigido de células fotoeléctricas y un sistema de conexiones motoras que trabajan eléctricamente. Tanto los cañones que apuntan automáticamente como los movimientos de nuestros ojos y manos hacia el objeto dan pruebas de inestabilidad. Una exacta reproducción cinematográfica ha demostrado que el movimiento de nuestros ojos y brazos, al perseguir un objeto que se desplaza continuamente, se produce en pequeñas y regulares sacudidas de determinada frecuencia, sacudidas de las que no nos damos cuenta subjetivamente. De manera parecida, el cañón también da pequeños saltos cuando tiene bajo su observación un objeto volador.” En Rolf Strehl, Han llegado los robots, Destino, Barcelona, 1956, 228

5 L. S. Hearnshaw, The Shaping of Modern Psychology, Routledge, London, 1987, 206-209; citado en Jonathan Crary, Suspensions of Perception. Attention, Spectacle and Modern Culture, MIT Press, 1999.

6 “The principle of virtual reality has, in its simpler form, a practical potential for helping to reveal the invisible, conjure up the unseeable.” En Anthony Smith, Software for the Self. Technology and Culture,
Faber&Faber, London, 1996, 99

7 Sobre tecnología y registro, ver Jorge Luis Marzo, “Cultura de registro”, conferencia “Culturas del archivo”, Fundació Antoni Tàpies, Barcelona, 22-9-0. En fase de publicación por la Archivo Histórico de Salamanca. Pre-publicado en www.soymenos.com

8 Ernst Junger, Sobre el dolor, Tusquets, Barcelona, 1995, 72 (ed. orig. Berlín, 1934)

9 E. Ravalico, Maravillas de la electrónica y de la televisión, Buenos Aires, 1951, 79

10 El invento se debió a tres técnicos de la RCA: P. K. Weimer, H. B. Law y S. V. Forgue. En Ravalico, 80

11 Ravalico, 80

12 Ravalico, 81

13 Strehl, 265

14 Strehl, 12

15 Jacques Ellul, The Technological Society, Vintage, New York, 1964 (ed. orig., París, 1954)

16 Strehl, 267

17 Enrique Ocaña, “Fotografía, guerra y dolor”, en Ernst Jünger: Guerra, técnica y fotografía, Nicolás Sánchéz Durá (ed.), Universitat de València, 2000, 72 (ed. orig., Berlín, 1930)

18 Paul Virilio, “Velocidad e información”, Le monde diplomatique, Agosto de 1995

19 Georg Knapp, “Fotografía y mirada estereoscópica”, en Ernst Jünger: Guerra, técnica y fotografía, 98. Cita de Jünger: Ernst Jünger, El trabajador. Dominio y figura, Tusquets, Barcelona, 1990, 69

20 M. Ignatieff, El honor del guerrero. Guerra étnica y conciencia moderna, Taurus, Madrid, 1999, 151

21 Walter Benjamin, “Sobre algunos temas en Baudelaire”, Poesía y Capitalismo. Iluminaciones II, Taurus, Madrid, 1972, 163 (ed. orig, París, 1938)

22 Ocaña, 78

23 Ver Marzo, Velocidad, ciencia y ficción, op. cit.

24 Nicolás Sánchéz Durá, “Guerra, técnica, fotografía y humanidad en los foto-libros de Ernst Jünger”, Ernst Jünger: Guerra, técnica y fotografía, Nicolás Sánchéz Durá (ed.), Universitat de València, 2000, 23

2 Responses to 'Consideraciones sobre la tele-depredación'

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  1. marco said,

    on diciembre 3rd, 2007 at 7:34 pm

    bkn el texto

    bexitos cuidenc d los violadores

  2. schmieder said,

    on octubre 11th, 2013 at 9:22 am

    every dirla come a lui americani. Buona visione! Panel de control » Consideraciones sobre la tele-depredación

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